Un año más, el pasado sábado 5 de noviembre nuestra Titular, María Santísima de la Misericordia, recorrió las calles de la feligresía de San Ramón como protagonista de un rosario público que, nuevamente, contó con el acompañamiento de no pocos fieles y devotos.
Pasadas las cinco de la tarde el estandarte corporativo, flanqueado por los dos faroles que habitualmente acompañan a la Cruz de Guía, enfiló el pasillo central de la parroquia. Las puertas, abiertas de par en par; los portadores de la Santísima Virgen terminaban de acicalarse para ser, por un rato, los pies de la Madre de Dios. Delante de Ella, el cuerpo de acólitos, con albas blancas y capitas de terciopelo granate. El olor de la cera incandescente ya se mezclaba con el del incienso. Todo estaba en su sitio para trasladar al barrio, a su barrio, las oraciones que a diario recoge desde su altar.
A diferencia del año pasado, que salió en octubre, este año la Virgen de la Misericordia lució de negro, como corresponde al mes de noviembre. Sobre sus sienes, la diadema de plata estrenada en 2016, y sobre sus manos un pañuelo y un rosario. A modo de iluminación, dos candelabros dorados procedentes de las andas de traslado de Jesús de Medinaceli. Y como exorno floral, friso de claveles blancos alrededor de la parihuela.
La procesión recorrió las calles Melquiades Biencinto, Antonia Calas, Monte Igueldo y Juan Navarro. Especialmente emotiva fue la entrada, con la oración de los niños con discapacidad del Proyecto Naím. Precisamente uno de esos niños fue invitado por el capataz a tocar el llamador.
Con las últimas luces del día la Dolorosa entró de nuevo en San Ramón. Finalizado el rosario, la Hermandad celebró una misa en recuero de los difuntos de los últimos dos años.