«Un Viernes de Dolores más, y ya van diez.»
La Hermandad volvió a realizar su Estación de Penitencia, a dar testimonio público de fe para mayor gloria del Señor y de su Madre. El sol brilló desde por la mañana hasta el ocaso cuando, al atardecer, la Hermandad se disponía a llegar a la parroquia de la Aurora mientras la banda tocaba “Consuelo Gitano”. Pero éste no fue el único momento emotivo de la salida procesional.
A las ocho en punto se abrían las puertas de San Ramón y la cruz de guía, flanqueada por dos faroles, comenzaba a recorrer la calle Melquiades Biencinto en dirección a Antonia Calas, en sentido opuesto a como lo venía haciendo en los últimos tres años. Numeroso público se agolpaba desde hacía dos horas en la plazoleta de la iglesia. Las cámaras de televisión también eran testigo de lo que allí acontecía. El Cristo del Perdón y su Madre de la Misericordia volvían a encontrarse con su pueblo, con sus vecinos, y esta vez sin amenaza de lluvia.
Desde la salida del paso se sucedieron las saetas y petaladas desde los balcones, lo que ralentizó el discurrir de la cofradía hasta la avenida de Monte Igueldo. Y, como no, con la música como el mejor regalo para los oídos, entremezclada con el cante de José Luis Luengo y Paco Orellana. “Nuestro Padre Jesús de la Victoria” fue la primera marcha que sonó tras nuestro paso.
Un momento especialmente emotivo, y no sólo para los que acompañamos bajo el antifaz sino también para más de un costalero, que así lo ha verbalizado, fue la subida por Martínez de la Riva con la marcha “Costalero” y la llegada a la fuente del olivo con “Presentado a Sevilla”.
Coincidiendo con el anochecer, con esa luz que tanto embellece los desfiles procesionales, el paso se fue adentrando en las callejuelas de la feligresía del Santo Ángel. Sonó “Ave María” y “Consuelo Gitano” y se hizo el silencio entre el numeroso público que acompañaba el discurrir del cortejo.
Tras una oración frente a la puerta de la parroquia de la Aurora la cofradía prosiguió su marcha, ya de vuelta a San Ramón, por las calles estrechas de Gregorio Sanz, Puerto Alto y Monte Perdido. Si la cuadrilla de costaleros anduvo bien en todo momento, con levantás muy cuidadas y sin estridencias, como anda un paso de misterio con un Crucificado, se quedó rozando la perfección en el giro de la calle Monte Perdido a la avenida de Monte Igueldo. Los músicos de Ajalvir comenzaron a interpretar “La Soledad del Cautivo” y hasta el aire se paró como queriendo que el tiempo no pasara, que la luna llena se reflejara en la diadema de la Señora y el sonido de las zapatillas de los costaleros fuera auténtica oración en la noche del último viernes de la Cuaresma.
Y sonaría “Reina de Reyes”, “Alma de Dios” y “Gitano de Sevilla”. Y, como en un sueño, los hermanos y devotos del Perdón vimos como aquello se acercaba a su fin. Pero aún nos quedaba ver a nuestro Cristo girar por última vez en la calle a los sones de “Tras de ti mi Cautivo”, y a nuestra Virgen regalar su última mirada a sus hijos, congregados en la plaza, como diciendo “no lloréis, que pronto resucitará”.
Y el Señor y su Madre volvieron a su casa. Y el llamador sonó por última vez. De nuevo los abrazos los llanos y las felicitaciones. Y así transcurrió la décima salida de la Hermandad del Perdón de Madrid.
Julio Casanova Merinero.