El Comedor Social de San José

La epidemia del Coronavirus no ha traído consigo sólo una crisis sanitaria, con más de cien mil contagiados y veinte mil muertos en nuestro país, sino también una crisis económica y social. En Madrid, la comunidad autónoma española más castigada por la pandemia, las necesidades de muchas familias se han triplicado, personas que, hasta hace unas semanas, nunca se hubiesen imaginado guardando una cola, con su mascarilla y la oportuna distancia de seguridad, para llevar algo de comer a su prole.

Nuestro barrio es el distrito madrileño con menor renta per cápita. Por ello el comedor San José, sostenido por la parroquia de San Ramón Nonato, lleva tres años acogiendo a personas en situación de vulnerabilidad, de distintas nacionalidades y lugares de procedencia. Desde que el Gobierno decretó el Estado de Alarma, el pasado 15 de marzo, sus voluntarios, con el párroco a la cabeza, se pusieron manos a la obra con el objetivo de no dejar a nadie sin comida y asistencia psicológica en estos tiempos tan difíciles.

Hasta finales de febrero, un día normal habría unas trescientas solicitudes de comida. A día de hoy, mes y medio después del inicio del confinamiento,  son novecientas las personas que acuden diariamente a por una ración de comida. De ellas, cuatrocientas cincuenta solicitan alimentos no perecederos (a principios de año eran doscientas). Para el reparto de alimento los voluntarios organizan tres filas, dependiendo de si acuden con un recipiente, solicitan un bocadillo o reciben comida no perecedera, según se trate de una persona sin hogar, alguien que viva solo o una madre o padre de familia. Igualmente, la parroquia ofrece un servicio de llamadas a domicilio para hablar con hombres y mujeres en situación de vulnerabilidad.

Cabe resaltar que los trabajadores del comedor han observado un aumento notable de la solidaridad en las últimas semanas, tanto en forma de donaciones como en flujo de voluntarios: personas que hacen la compra y la envían al comedor, restaurantes que, a pesar de estar cerrados, siguen cocinando los alimentos que diariamente se reparten, hombres y mujeres que madrugan cada mañana para ir al banco de alimentos, otros que, por ser población de riesgo, se dedican desde casa a llamar a otros para darles apoyo psicológico, y hasta los voluntarios de Bomberos Unidos Sin Fronteras que están prestando su ayuda en las dependencias de la parroquia.

Julio Casanova Merinero

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